Hoy hablaremos de tecnología y trofeísmo a través de un gran naturalista y cazador como Aldo Leopold. Antes de empezar, sería imposible no citar estas pequeñas líneas que legó para la eternidad este cazador en su obra “Un año en Sant Country”:
“Hay quien puede vivir sin lo salvaje y quien no puede. Como los vientos y las puestas de sol lo salvaje se daba por hecho hasta que el progreso empezó a acabar con ello. Ahora nos enfrentamos a la cuestión de si un nivel de vida aún más alto merece este enorme coste sobre lo natural, lo salvaje y lo libre. Para una minoría de nosotros la oportunidad de ver gansos atravesando el cielo es más importante que la televisión. Y la posibilidad de encontrar una pulsatila es un derecho tan inalienable como la libertad de expresión. Estas imágenes salvajes tenían poco valor para los seres humanos hasta que la mecanización nos garantizó un buen desayuno y la ciencia reveló el drama de su procedencia. El conflicto, por tanto, se reduce a una cuestión de grado, una minoría de nosotros ve una lógica de rendimientos decrecientes que ya ha comenzado, nuestros opositores no”.
En esta pequeña reflexión en la que ya se hace antagónico el mundo del cazador conservacionista y el mundo de la vorágine capitalista que todo lo depreda y que ve en la naturaleza solo un beneficio económico, aunque sea revestido de buenas y falsas ideas de proteccionismo ecológico.
Aldo Leopold en otra de sus obras “La ética en la tierra” ya habló de lo lejano que situaba el cazador trofeista de la verdadera esencia de la naturaleza “Si bien es innegable que desde el cazador de las cavernas el genoma cazador está marcado por el afán de conseguir la pieza más simbólica y poderosa de la región”. Es más, apostillaba “es prerrogativa de juventud y no hay que disculparse por ello”. Es decir, es normal que a edades tempranas le brote al cazador un instinto por conseguir una gran pieza. Sentimiento quizás programado desde la noche de los tiempos donde abatir un enorme animal significaba la aceptación de todo el clan como consagrado cazador. En consecuencia, no debemos sentirnos mal por abatir un poderoso y simbólico animal si tenemos la ocasión, pues no es más que un primitivo e irreprimible impulso. Sin embargo, como apuntaba Leopold “Lo inquietante en la situación moderna es el cazador de trofeos que nunca crece porque en él están subdesarrolladas o extintas las capacidades de soledad, de percepción y de cuidado de la tierra”. Este cazador, si es que se le puede seguir llamando así, en el cual, la validación social por abatir un gran animal le ha arrebatado la verdadera esencia de la caza. Su afán por poseer y apropiarse del trofeo le ha eclipsado la visión de la naturaleza salvaje porque esta al no ser un animal concreto no es capaz de apreciarla en su justa medida. Asevera Leopold “quien busca su esparcimiento en los trofeos tiene peculiaridades que contribuyen de una manera sutil a su propia ruina”. Porque es evidente que nunca tendrá el trofeo más grande y simbólico, siempre ambicionará algo mejor, algo más lejano, dejando dinero y sueños por ese infinito camino que nunca acaba, será una eterna búsqueda llena de limitaciones económicas.
Para Leopold el trofeista consume, pero nunca repone los recursos de la naturaleza, sesgando la vida del rey del monte, dejando a este huérfano de un ser que tuve que ver ponerse innumerables anocheceres y que sabía todos los secretos de su hábitat. Quizás solo lo repone aquellas veces que la suma tan elevada de dinero que realiza por hacerlo ayuda la gestión previa o posterior de la zona de caza y de sus congéneres. Incluso en este último caso para Leopold la mercantilización estaría ya en la caza. Por tanto, podremos decir sin miedo a errar que, por su fuerte sabor a macho adulto en el campo de lo culinario, la mayoría de las ocasiones el trofeista se salta la cadena trófica, ha roto las mimbres milenarias del cazador porque como diría Félix no es la caza sino “el sagrado trasvase de energía del reino de los vivos al de los muertos”.