Tras un evento que organizaba Jóvenes Cazadores Andaluces (JOCAN) al que tuve el placer de asistir como ponente, y tras escuchar con atención las conversaciones que se sucedían en la sobremesa, entre las que obviamente imperaba el relevo generacional, me fui por una sinuosa carretera de vuelta a casa meditando sobre el asunto. Y cómo todo asunto filosófico-moral tiene respuesta en una biblioteca bajo la luz de las grandes mentes de la historia de la humanidad intenté dar sentido a aquella cuestión. Decía Jean-Jacques Rousseau que la niñez es la etapa de la vida en la que el ser humano se acerca más a su naturaleza, a la fuente primigenia de su esencia. Esto explica en gran parte el motivo por el cual la mayoría de los cazadores lo ha sido porque desde sus inicios ha llenado su mente y su alma con la caza, que sus padres, abuelos o familiares le han trasmitido desde sus más tiernos inicios. Es decir, en un periodo de formación del ser donde el niño empieza a construir los pilares que le formaran como individuo aparece la caza como actividad milenaria en la historia del ser humano. Sin duda, nos encontramos en la infancia en el momento clave en la formación de la psique y la impronta que deja la caza es tan profunda que pasa a convertirse en muchos casos en una pasión, y ya dijo Goethe “las grandes pasiones son enfermedades incurables”. En definitiva, ha nacido en nosotros una pasión que trasciende de la racionalidad, de ahí que muchos cazadores afirmemos “cazaremos hasta que el paso del tiempo que todo deja atrás nos lo impida”.
Estos postulados concuerdan ante las cifras que muestran un descenso en el número de jóvenes cazadores. Hecho muy lógico, si como bien hemos dicho cada vez más niños viven lejos del campo y la naturaleza, anclados al hormigón y al tráfico de las ciudades. Pero esto no acababa aquí, ya que se explicaba el motivo del descenso de cazadores, pero faltaba por dar respuesta al descrédito y animadversión hacia la caza. Esta vez tocaba rescatar a Aristóteles y más recientemente la reinterpretación de Locke cuando decía “el niño es como una tabula rasa”. Y en esta vacía y virgen tabula debe empezar a construirse la psique del futuro adulto. Actualmente, la psique del niño se bombardea con la humanización de los animales con Walt Disney a la cabeza. Horas y horas del medio de comunicación que más modela conductualmente al ser humano, el audiovisual. Porque nos lo ofrece todo, sonido, imagen y palabras, minimizando el periodo reflexivo que pueda brotar entre secuencias. Con el objetivo de activar el modo pasivo de la persona y que éste consuma sin parar horas de visionado, así lo dejó ya postulado Aldous Huxley en “Un mundo feliz”. Recapitulando, en el periodo de formación de la psique el niño urbano se ve bombardeado por la humanización de los animales presente en los medios audiovisuales quedando lejos la posibilidad de visitar el campo y la naturaleza para constatar que realmente no funciona así el medio natural.
En definitiva, una vez más no es una casualidad lo que ocurre, sino más bien una consecuencia normal del modelo de sociedad hacia la que se dirige a la masa. Entonces volví a recordar a aquellos pocos jóvenes que me escuchaban mientras miles de sus semejantes seguían los postulados establecidos, poniéndole de nuevo cara a cada uno de ellos. Y me acordé de esas catacumbas cristianas del siglo I donde algunos bajo pena de muerte desafiaban a su tiempo. Afortunadamente, no debemos pagarlo con la muerte como en aquel tiempo, solo el señalamiento público que ya me comentaban algunos de los presentes que habían sufrido. Pero ya dijo Séneca que la valentía se muestra cuando eres capaz de mantener tus ideas ante la mayoría y la adversidad. Que así sea.